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Novak Djokovic se alzó en Roland Garros con el 23 Grand Slam de su carrera, superando en uno al español Rafael Nadal

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Dejó que las miradas se fuera a la grada donde sonreían estrellas del fútbol, Kylian Mbappé departía con Zlatan Ibrahimovic, Olivier Giroud bromeaba con Benjamin Pavard y la leyenda del fútbol americano Tom Brady alentaba desde el palco del serbio.

Su juego timorato encontró respuesta en el noruego, que se afianzó en el fondo de la pista y puso en marcha su monótono ritmo, una sintonía que le permitió colocarse 3-0 y dirigir la marcha, imponer su ritmo lento, acorde con el bochorno que hacía brillar las frentes en la capital francesa.

Pero no llegó a crear inquietud, ni rescató los fantasmas de aquella final de 2021 en Nueva York cuando, camino de su cuarto grande en un mismo año, se asustó ante Medvedev.

Daba la impresión de que a poco que apretara el serbio, el partido cambiaría de ritmo. Ruud pasó a dos puntos de apuntarse su primer set contra el serbio en cinco partidos, pero no tuvo el instinto asesino que merecen ocasiones como esa.

El noruego aguantó el fuerte hasta el juego de desempate, pero ahí su muralla se derribó como un castillo de naipes. Novak Djokovic hizo lo esencial, lo estríctimente necesario para colocar de su lado la final apuntándose su sexto juego de desempate de seis en este torneo.

Pasó momentos de apuro, como en las dos finales que ganó anteriormente, pero menos que frente a Murray en 2016, cuando el británico golpeó primero, y muy lejos de la de Tsitsipas de hace dos años cuando el heleno llegó a ganar los dos primeros parciales.

El de Belgrado se agrandó y el escandinavo se fue amilanando a medida que el partido se elevaba a la altura de una final de Roland Garros. Ni el cartabón del noruego era ya tan preciso, ni sus piernas tan frescas, ni la cabeza tan espabilada.

El serbio se apuntó tres juegos consecutivos y no necesitó forzar más, solo conservar su saque, apenas inquietado por la tibieza del noruego, para situarse a un set de la gloria.

Lejos de querer irse con un 6-0 como el año pasado ante Nadal, Ruud mantuvo su run run fiel a su estilo de puro terrícola, desde el fondo de la pista que le ha hecho ganar en esa superficie nueve de sus diez títulos y más partidos que nadie en lo que va de década.

Hasta que Novak Djokovic dijo basta, puso la directa y liberó su brazo camino de la leyenda

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